Hubo un tiempo en que el Congreso era escenario de debates memorables. Ideas en tensión, argumentos sólidos, voces que, más allá de las diferencias, sabían que representaban algo más que a sí mismas. Hoy, ese tiempo parece remoto. En su lugar, tenemos celulares en alto, gritos, escenas de pugilato y diputadas que se filman tapando cámaras ajenas para monopolizar el vivo. El recinto se ha vuelto un set de reality.
Y nada indica que esto vaya a mejorar después del 10 de diciembre.
Algunas de las candidatas propuestas por La Libertad Avanza para ocupar bancas en la Cámara Baja han hecho declaraciones que rozan lo delirante y lo preocupante. No se trata de prejuicio, sino de hechos: afirmaciones que cuestionan su idoneidad para legislar en nombre de millones.
La comparación puede parecer frívola, pero es reveladora. En The Big Bang Theory, una sitcom norteamericana, cuatro científicos socialmente torpes ven alterada su rutina cuando llega Penny: una joven sin formación académica, pero con carisma y buen cuerpo. La “rubia tonta” que no entiende de temas complejos.
Pero nuestras “Pennys” criollas no vienen a equilibrar el elenco. Karen Reinhardt, segunda en la lista de La Libertad Avanza por Buenos Aires, dijo que quienes votan al kirchnerismo tienen una enfermedad mental y que antes de traicionar a Milei se cortaría un brazo. Virginia Gallardo, candidata por Corrientes, confesó no saber hacer leyes y confundió cifras básicas de pobreza y población. Ambas parecen llegar al Congreso no para deliberar, sino para obedecer.
¿Queremos más levantamanos? ¿Otra escribanía como la que funcionó durante el kirchnerismo, donde se votaban leyes sin debate ni consenso?
No se trata de discriminar por origen. El mundo artístico ha dado legisladores que entendieron el lugar que ocupaban: Irma Roy, Nito Artaza, Claudio Morgado, Luis Brandoni, entre otros, llegaron, se prepararon, discutieron, se enfrentaron y legislaron sin convertir el Congreso en un teatro de revistas.
Tampoco se trata de moralina. Amalia Granata, con un pasado mediático similar al de Reinhardt y Gallardo, asumió como diputada provincial en Santa Fe y se profesionalizó. Estudió, se preparó, y hoy cumple su rol con seriedad. No es el pasado lo que define a una legisladora, sino su presente y su compromiso.
Lo que preocupa es otra cosa: que se conforme una bancada obediente, sin pensamiento crítico, sin formación, sin voluntad de representar más que al líder de turno. Que se sumen a Lilia Lemoine —hoy curiosamente en silencio— para formar una suerte de “Ángeles de Charlie”, ponele, libertarios, más preocupadas por dejar contento al Jefe que por elaborar leyes para mejorar la calidad de vida de la gente.
Ya tuvimos una escribanía. Ya vimos lo que pasa cuando el Congreso se convierte en un apéndice del Poder Ejecutivo. No necesitamos un kirchnerismo de derecha. No necesitamos más obediencia ciega. Necesitamos representantes. Con voz. Con criterio. Con respeto por la democracia.