Mila, la omisión deliberada de los adultos

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La tragedia infinita que atraviesa a la familia Yankelevich, conmueven a la sociedad argentina.

 Fallecieron la argentina Mila Yankelevich y la chilena Erin Victoria Ko Han debido a un choque de una barcaza contra un velero en la bahía de Biscayne en Miami

Cinco niñas en un velero a cargo de una adulta de diecinueve años. Todas conformaban una colonia náutica.

Vamos al diccionario: omitir es la falta por haber dejado de hacer algo necesario o conveniente en la ejecución de una cosa 

Podríamos considerarlo una falta o error. Pero en nuestra sociedad es una jactancia.

Ahora. ¿Y mamá? ¿Y papá? ¿Dónde están? ¿Trabajando? Entonces a su pequeña ¿donde la depositan? ¿En un velero? ¿Nadie se da cuenta que eso no está bien a priori? ¿No existe aunque sea una lejana conciencia de que aquello es arriegado? ¿Y si Mila hubiese pasado sus vacaciones con su familia? ¿Alguien evaluó esa opción?

La Miami Youth Sailing Foundation  organiza esta colonia. Una ONG que capacita para la formación técnica, recreativa y competitiva para deportes náuticos. Mucho nombre y poca gente. Nulo cuidado para sus clientes. ¿Cómo capacitaron a esta joven instructora?

Por ahora, sabemos que gritó “todas al agua” antes del impacto de la barcaza.

Además de conducir el velero, debía instruir y debía hacerse cargo del comportamiento de cinco niñas.

¿Podía con todo? 

El abandono adulto es absoluto, ¿deliberado? La omisión es total. Lo confundimos con madurez. La hegemonía de cierto pensamiento mágico acerca de que los niños de alguna forma saldrán adelante. Mila tenía siete años.

Luego viene la desesperación de encontrar culpables, de los derechos violados, de cómo debieron desarrollarse los hechos. Nadie dice, o apenas se eleva la voz, para señalar  a los responsables: los adultos, en este caso, la familia. 

Un automovilista puede atropellar a una persona accidentalmente. Pero si el vehículo cruza con semáforo en rojo, y marcha a cien kilómetros por hora por las calles de Buenos Aires, las posibilidades de provocar una tragedia se multiplican y claro, no será accidente en este caso.

Las autoridades de la zona señalan que es común ver veleros tripulados por menores de doce o trece años. La costumbre anula las alarmas de los más ingenuos.

En nuestro país criticamos las marchas de piquetes que estaban pobladas con niños de corta edad. ¿Cómo los padres dejan que las criaturas estén en las calles a pleno sol, incluso con bebés cargados por sus madres en plena protesta? Nos alarma la carencia del cuidado en una multitud que grita, que avanza. ¿Y si la gente corre? ¿Qué podría pasar con esos niños? ¿Ningún adulto los mira? Y esa posibilidad aterroriza.

En el otro extremo social pasa lo mismo.  

Todos vamos a asentir que había un adulto a cargo. Pero ¿Quién? Un adolescente. 

El propósito es acallar nuestras conciencias.

Claro. No es adolescente. Somos adultos a partir de los 18 años. Lo establece la convención de los derechos del niño.

¿Por qué pensamos que no va a pasar nada? 

Porque viven en los Estados Unidos.  Entonces, en aquel país las cosas funcionan bien, razona cierto pensamiento mediocre argentino

¿Qué puede pasar de malo?

Un velero con cinco niñas a cargo de alguien apenas mayor.

El coro gritara que la persona de diecinueve está capacitada y que nació en la bahía  Biscayne y conoce los barcos. Falta aquello denostado por el sistema laboral: la experiencia, un sentido común  surgido de transitar semanas, años en un espacio o actividad. 

La instructora de diecinueve, insisto hasta el cansancio, seguro que cobra poca plata. Seguro porque es una oportunidad de ganar unos dólares mientras estudia. O porque migra en estos días de vacaciones de verano, en especial para tener este ingreso.

Decenas de  barcos comparten la bahía.

Existen rutas marítimas como las terrestres y las aéreas. Ese canal era muy transitado ¿Quien iba a saberlo?

Necesitamos un culpable y lo encontramos en el conductor de la barcaza. No tenía forma de ver el camino. Era su obligación contar con alguien en la proa para que le indique que estaba todo en orden.

Pero esto significa tomar gente. Y tomar gente está mal. Parece la norma no escrita. La sociedad o quienes la preforman, plantean que el ser humano es reemplazable y optamos por la automatización. Y peor o más triste, su reemplazo por robots.

Algo más inquietante. Ciertos trabajos se pagan poco. Entonces nadie los quiere hacer. Se reservan para jóvenes que quieren obtener un ingreso. Son trabajos sin derechos de ningún tipo. Trabajo barato, para cualquiera. Esta idea simple deviene en que pongamos en un velero niños con una persona de diecinueve y sigamos con nuestras vidas tranquilas.

¿Cuánto sabe este adulto sobre navegación?

Demasiado para que cualquiera de nosotros diga “ni loco dejo que mi hijo lo suban a ese velero”.

La fantasía de que en Estados Unidos está todo bien es bastante ingenua y perturbadora.

Recordemos cuando en Miami se derrumbó un edificio. 

Nuestros cronistas (argentinos) no tenían palabras para describir el evento.  Si hubiera sido en nuestro país,  la palabra corrupción se hubiera instalado de inmediato. Hubiéramos gritado que existe una burocracia que quiere coimas, y que pasa por alto todas las normas. Tenemos siempre presente a Cromagnon. 

Pero en Miami, nadie ensayó este argumento. No podía ser que alguien infringiera la ley porque en Estados Unidos, las normas se cumplen.¿?

No podía ser que un profesional no hubiese utilizado los materiales que corresponden.¿?

Y sin embargo, el edificio implosionó.

Acá en Miami no hubo corrupción.

Son prácticas culturales, de recreación. En fin, uso y costumbre para las vacaciones. 

Enviar a nuestros hijos a colonias y ni pensar en lo que harán. 

Cinco niñas en un velero. ¿Qué puede salir mal? 

Prima la idea: Los padres necesitan descansar. Y los niños se aburren en casa. Entonces deben salir y socializar

Total, la familia puede pagar el servicio. 

Por eso, se decidió la concurrencia de Mila a la colonia naútica

Total, la persona de diecinueve que está a cargo, también se le paga. 

Por eso, Mila estuvo en ese velero.

Y si pago por un servicio, me lo tienen que brindar.  Una lógica de mercado perfecta.

¿Qué puede salir mal?