Nada más oportuno que ver la película cónclave por estos días. Nuestro Papa Francisco falleció y pronto deberán reunirse Los Cardenales para elegir a su sucesor.
Precisamente Ralph Fiennes interpreta al cardenal Lawrence encargado de organizar el encuentro cardenalicio. Es juez y parte.
También está Stanley Tucci como el padre Aldo Bellini, candidato a Papa en representación del ala progresista. Su intención es seguir con la política del papá anterior (¿muy parecida a la actualidad?)
Por supuesto están otros candidatos, desde lo más conservadores, el cardenal Tedesco, otros más políticos que trafican influencias como el cardenal Tremblay (John Lithgow) y no tiene que faltar un aspirante negro, Joshua Adeyemi, africano claro está. Otra coincidencia con el presente. Todos temen un papa negro porque según Nostradamus será el fin del mundo.
Cónclave significa con chiave es decir un grupo de personas encerradas bajo llave hasta que formulen su voluntad con amplio consenso. Se garantiza el aislamiento de los electores para evitar “presiones”. Así se pensó este formato para la toma de decisiones.
El ritmo es lento. Vemos cómo florece la política eclesiástica.
Aparece un cardenal de último momento proveniente de Kabul, que se integra al cónclave. Se vota una y otra vez siempre y ningún candidato reúne mayorías importantes.
Los tópicos que se abordan abarcan desde hijos biológicos del pasado que se enrostra en el presente. La indefinición del encuentro deriva en un clima de violencia externa con atentados. ¿Qué hacemos con quienes amenazan a la Iglesia? ¿Ser inflexible y defender verdades eternas o….. flexibilizar y dialogar? Estas opciones se extreman en la Europa presente por la cantidad de migrantes africanos y asiáticos, muchos de religión musulmana, que reciben en sus costas.
El aire se puede cortar con un cuchillo. La tensión aumenta. La urgencia por un candidato potable se enrarece. El ejercicio de autoridad del cardenal Lawrence ante la necesidad de que se cumplan las reglas, y por lo tanto, la exigencia de preservar el orden en el aspecto formal, lo ubican como expectable para ganar.
Se plantea que todos los cardenales tienen guardados el nombre que elegirán si son nombrados papa, más allá de que renieguen en público de esa opción.
Un tema lejano parece ser traído al presente: la entronización de la papisa Juana.
El hecho real o ficticio ocurrido entre 855 y 857 refiere a una mujer que se caracterizó como varón sin que nadie del clero lo percibiera. Se la ubica como sucesora del papa León IV. Como papisa quedó embarazada y tuvo que parir en público. Ahí se supo la verdad.
A partir de entonces, los papás se sientan en la sedia stercoraria, sillón con agujero (parecido a un inodoro) que deja sus testículos al descubierto. Alguien tiene la tarea de palpar esos testículos para corroborar que es varón, quien asume el trono de San Pedro. Esta silla existe en el Vaticano como ¿prueba? ¿o tendría otros motivos?
Todos lo saben. En la peli y en la vida real, quien ingresa papable sale cardenal y viceversa.
Esta película mantiene la atención del espectador a la espera de un gran plot twist (giro argumental inesperado), que nos devele a un símil de Frank Underwood de House of Cards como papa electo. Pero no es así. Aquí decepciona un poco.
Si existe, en Cónclave, una fumata blanca y se consagra a un nuevo Papa. Pero, por sus características particulares. Nos encontramos lejos del film Ángeles y Demonios (saga de Tom Hanks y su Código Da Vinci) con su planteo acerca del debate entre la religión y la ciencia.
Y lejos también nos encontramos de nuestro Papa Francisco, que denunció las enormes igualdades sociales del mundo moderno.
Mirar hoy Cónclave, en Prime o Flow, es una especie de calentamiento previo para lo que nos espera a partir del 7 de mayo en Roma. ¿Se repetirá el final de película con la realidad?